"Año del Bicentenario, de la consolidación de nuestra Independencia, y de la conmemoración de las heroicas batallas de Junín y Ayacucho"

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Programación de capacitaciones

Reivindicación de la Prudencia en la Acción Directiva(*)

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Javier Fernández Aguado

Reivindicar, enseña el Diccionario de la Real Academia en su segunda acepción, es reclamar o defender cierto derecho del que ha sido o está amenazado de ser desposeído.

El último siglo ha sido testigo del extraordinario esfuerzo de docena de pensadores para definir una estrategia empresarial capaz de anticipar de algún modo los sucesos que afectarán a las entidades mercantiles. Y eso es precisamente lo que originariamente proporcionaría la prudencia: la habilidad de ver de lejos. El prudente sería precisamente el que prevé lo que ocurrirá y se dispone a aprovechar esas circunstancias.

La rehabilitación solicitada, sin embargo, no se refiere tanto al término como al concepto. La prudencia es moderación en el comportamiento para acomodarlo a lo que es sensato, discreto o exento de peligro.

Discrepo de ese reduccionismo al que ha sido imprudentemente sometida la noción de prudencia, porque no es siempre prudente lo exento de peligro. En no pocas ocasiones será en la asunción del riesgo donde se ponga a prueba el buen hacer del directivo. Y resultaría negligente en esas circunstancias acomodar las obras a lo sensato o discreto. Y es que es prudente el que pone cada cosa en su sitio, adoptando la visión más completa y objetiva posible, sin dejarse dominar por lo placentero.

La prudencia ha sido convertida en un compasivo calificativo, displicente y algo burlón, muy asimilado a actitudes timoratas. La prudencia es el arte de vivir (Cicerón), y también el medio de ayudar a otros a hacer más plena su existencia y más fecundos sus trabajos. La prudencia es competencia muy ligada al mando, por eso es de desear que nos enseñen los sabios, pero que nos gobiernen los prudentes.

El prudente tiene algo de explorador: más que actuar adecuadamente, pretende hacer las cosas adecuadas.

El prudente es especialmente importante en períodos de incertidumbre, porque ese hábito operativo le facilita ver lejos, previendo soluciones en medio de ese sucederse imparable de incertidumbres de las relaciones mercantiles.

No faltará, acabamos de decirlo, la petición de asesoramiento para mejor acertar. La dirección empresarial versa sobre lo que puede ser de otra manera: lo inamovible no es objeto de deliberación, sino más bien de sumisión. Y las personas implicadas procurarán basar su autoridad no tanto en la jerarquía formal como en el conocimiento y en la competencia sobre la materia específica.

La prudencia es, desde otro punto de vista, una silenciosa expectación del mundo, que exige:

  1. Memoria de la realidad real, no deformada por visiones interesadas o partidistas.
  2. Docilidad a la verdad: es conveniente prestar atención, no menos que a las verdades demostradas, al juicio y a las opiniones indemostrables de la gente experimentada.
  3. Perspicaz objetividad ante lo inesperado, que lleva a una gran capacidad de adaptación, lejana de rigideces. La flexibilidad propia de las decisiones del prudente no procede de la frivolidad, sino de la sabiduría.

La segunda naturaleza en la que la prudencia debe convertirse no se improvisa. Esto no lo entiende el imprudente elevado a la categoría de jefe.

La prudencia no es una genérica buena intención. Presupone el conocimiento atento y riguroso de la realidad.

Cinco, cuanto menos, son los enemigos de esta esencial habilidad directiva. Los dos primeros brotan de idéntica raíz: la falta de atención a la experiencia, sea por desinterés, acedia o presunción. Prescindir del consejo se manifiesta en:

  1. Precipitación en el obrar. Carente de motivaciones y/u objetivos perfilados, el ejecutivo atolondrado actúa a tontas y a locas. Desconcierta a los subordinados con un continuo ritmo de órdenes y contraórdenes, que confluyen finalmente en el gran delta del desorden.
  2. Temeridad. Administrar, gestionar, dirigir..., es asumir riesgos, pero éstos han de ser tendencialmente controlables. La fanfarronería suele concluir en forma de insolvencia.
    Por otra parte, la falta de juicio inclina a:
     
  3. La inconsideración. El ejecutivo atarantado carece de cautela y de circunspección. La prudencia le es negada a todo aquel que no se mira sino a sí mismo. 
  4. La inconstancia, hermana gemela de la negligencia, proviene de la carencia de precepto. 
  5. La obstinación y la incapacidad de rectificar, son otras patologías. Las dos se encuentran muy extendidas, porque en el ámbito de los negocios, demasiados consideran que hay que valorar a los otros – y a uno mismo – por lo que se tiene, no por lo que se es.

No es prudente el habilidoso, el espabilado o el ladino. Para algunos, prudencia es esquivar sucesos que se juzgan molestos. Pero eso es más bien astucia. La prudencia dice más bien de la capacidad del hombre de profundizar en el sentido de sí mismo y de la realidad que lo circunda.

La prudencia es de algún modo la causa de que todas las demás decisiones sean correctas. Es medida de las acusaciones de la persona. Todo error directivo es imprudente, es un error de cálculo. Y eso, no por menguada preparación técnica, sino por falta de deliberación, o de búsqueda de consejo, o de imperio.

Reivindicar la prudencia para los directivos es un desafío más de este fin de milenio. Los hábitos operativos son lo máximo a lo que aspira el hombre. Es más fácil navegar entre los rápidos de las decisiones empresariales cuando al timón se halla quien conoce los principios y la realidad, anticipa el futuro, busca y acepta el consejo, y cuenta con una voluntad resuelta. ¿No son éstos, acaso, rasgos esenciales de esos líderes que tantas veces se echan en falta en las organizaciones?

(*)Resumen del artículo publicado por AECA